MUERE EL PEZ
Anoche
vino Cartáfilo
a decirme que podía errar
eternamente con él.
Me aseguró, sobrio, sediento
como el mismo Jesús al que negó
el último trago, que nunca
moriríamos
hasta que Satán y Dios se sentaran en estrados
a juzgarnos culpables.
Tendremos tiempo, me dijo, para vaciar
las próstatas edematosas
de tantos pecados y tantísimas
falacias, de saciarnos de carne joven
y de los gusanos
de la miseria.
Dudé por un momento.
Yo no he matado a nadie, contesté, esta
tu maldición
no ha de ser la mía, yo quiero
algún día
ser sepultado
y llorado.
Mientes, Longino, me contestó, tu lanza
hiende el costado de Cristo
cada vez que abres la puta
boca.