PEPE
Andar circunspecto,
espalda cargada,
cuello gordo,
santa calva,
gotas de sangre reseca
de no saberse afeitar.
Acompañado
de un ángel sin alas
de los que marchan cansinos
a ritmo de tambor de tripas agrio
por calles de saldo,
por plazas de lástima.
Ese día,
el fuego de los infiernos
decidió apaciguarse por un rato,
para no llamar mucho la atención,
temeroso de que aquello fuese
un aviso de su fin.
Esa noche,
la luna cuadrada y blanca,
silenciadora,
vacía,
fuente única de luz
en la vigilia despiadada,
quedó eclipsada de bienes
y calórico resplandor.
Y a la mañana siguiente,
el ángel echó a andar
sin ritmo que seguir,
con paso
gozosamente deslavazado.
Y ya en la calle
rebuscó en el contenedor de su memoria
una canción
para su dicha,
un compás
donde olvidar.
(Del libro Los viajes de Diosa)