EL INFIEL
Imagina que ahora sí
puedes sacarle la vuelta
a la vida
comenzando un romance
con el que habita
en tu interior.
Imagina que ahora sí
puedes sacarle la vuelta
a la vida
comenzando un romance
con el que habita
en tu interior.
Si las tardes son huéspedes
que custodian detalles
en un calendario de dudas.
Si en un reino de espejos
la mirada corta distancias
con el cristal de los quebrantos.
Si lo bello no crea
una figura de seis vértices
donde superponer lo auténtico.
Entonces hace falta
el ábaco de los requiebros
para contar las horas.
Un manual de gratitud
para sobrevivir al miedo.
(De Frágil, 2012)
La miran los mismos ojos de la mujer
que hace treinta y cinco años la miraban.
También ahora tiene un libro entre las manos
y un lápiz, con el que subraya “las ideas
esenciales” de un texto
de retórica.
El reflejo en la ventana
no tiene misericordia,
–ni ella la necesita–.
Lleva treinta y cinco años mirando
el tiempo,
cómo modifica la firmeza de sus rasgos,
de los brazos,
de su pecho.
Con dureza, porque el tiempo no precisa suavidades,
allí está observándola, preguntándole.
La respuesta está en el reflejo
del cristal de esa noche en la ventana.
El aire que la oxida
también ha reforzado sus defensas
y ahora puede volar con todas sus heridas.
Los mismos ojos miran el reflejo
de la misma mujer en la ventana.
El corazón es el mismo de los diecisiete, de los
veintisiete, de los treinta y siete,
cuando aún se atreve a navegar por la inocencia
a los treinta de los treinta años de su vida.
Pero cuando el grueso cable anuda
en el oxidado amarre
sesabe de memoria la rosa de los vientos.
Lo único preciso es que no haya disminuido
la pasión, ese incendio en el que arde
con todos los errores y aciertos de su vida.
Creí regresar sobre la armadura
de un tallo
que ahora alza la cabeza
sobre las rodillas del silencio,
para contemplar que tras las viejas avenidas del cielo
el sol
ya es una lágrima.
PELIGRO
No me mires así, porque mi cuerpo
es hoy un polvorín
y sólo me faltaba la mecha de tus ojos
para ardernos.
No me mires así o no respondo,
y prendo la cerilla
y estallamos.
No me mires así…
no digas luego que no te lo advertí:
te juro
que puedo resultar muy peligrosa
¿a ti qué te parece si hacemos un paréntesis
para viajar de nuevo al Paraíso?
Te miro y me parece,
(y no te engaño)
que tengo el corazón
entre las piernas.
A Erica
Plena de luz
MARÍA BARCELÓ
La niña distrae
las miradas y la tarde.
En cuclillas
construye el mundo
a golpe de pala.
El sol,
arrebujado en su cubo,
disuelve las sombras,
abona el fulgor de la orilla.
Toda luz,
la inocencia
juega en la arena.
Hay guerras en el mundo,
y yo te amo.
Hay alguien que se divierte con
la muerte,
alguien sin metafísica,
y yo te amo.
Hay nubes negras en el cielo,
hay niñas que gritan en los lavabos,
hay borrachos que cantan,
y yo te amo.
Hay pueblos perdidos entre montañas,
hay bombas bajo el suelo,
hay hombres que mueren bajo el sol,
hay cementerios blancos,
y yo te amo.
Nací el 8 de junio.
Toda la luz se derramó en mi sangre,
pero hace tiempo que no encuentro
ni la luz ni mi sangre.
Pensé que era mejor poner mi vida
muy lejos de las cosas que he querido,
muy lejos de las cosas de este mundo,
muy lejos de tu amor, que ha sido el mundo.
Me fui fuera de ti
para poder volver un día
curado de la bestia que me ocupa.
Pero la bestia se ha hecho grande,
tan grande como puede hacerse un hombre,
y vamos los dos juntos de la mano
camino de la muerte:
¡si me vieras!,
los ojos que quisiste son agujas
clavadas hacia dentro.
Soy uno de esos hombres que desguaza
las flores con sus botas de jinete.
Consumo polen ácido,
comulgo reno crudo, escupo arcilla.
Me digo con palabras que les lamen
los ojos cancerosas a los ciegos.
Confieso que he bebido cera hirviente
tratando de sellar todas mis puertas.
A veces, si mi bestia se ha dormido,
planeo una manera de escaparme:
me visto un traje nuevo, me anudo una corbata,
mas, vueltos al espejo mis dos ojos,
descubro que me mira un hombre muerto.
Y entonces, inhumano, desterrado,
retorno al colchón sucio de mi siglo
y cumplo un año más lejos de todo.
No he vuelto a escuchar luz.
No he vuelto a besar pulso.
Me alumbran y devoran la garganta
estrellas tan brillantes que son negras.
Mas dejo testimonio de que todas
las noches de mi vida he pronunciado
tu nombre con gemidos animales.
Tan fuerte te he llamado que no existe
frontera entre el aullido y mi persona.
Quizá sólo fui alguien un instante
del 8 de aquel junio de aquel año,
lo mismo que son hombres los que lloran
y dejan de existir los que no aman.
Andar circunspecto,
espalda cargada,
cuello gordo,
santa calva,
gotas de sangre reseca
de no saberse afeitar.
Acompañado
de un ángel sin alas
de los que marchan cansinos
a ritmo de tambor de tripas agrio
por calles de saldo,
por plazas de lástima.
Ese día,
el fuego de los infiernos
decidió apaciguarse por un rato,
para no llamar mucho la atención,
temeroso de que aquello fuese
un aviso de su fin.
Esa noche,
la luna cuadrada y blanca,
silenciadora,
vacía,
fuente única de luz
en la vigilia despiadada,
quedó eclipsada de bienes
y calórico resplandor.
Y a la mañana siguiente,
el ángel echó a andar
sin ritmo que seguir,
con paso
gozosamente deslavazado.
Y ya en la calle
rebuscó en el contenedor de su memoria
una canción
para su dicha,
un compás
donde olvidar.
(Del libro Los viajes de Diosa)
Anoche
vino Cartáfilo
a decirme que podía errar
eternamente con él.
Me aseguró, sobrio, sediento
como el mismo Jesús al que negó
el último trago, que nunca
moriríamos
hasta que Satán y Dios se sentaran en estrados
a juzgarnos culpables.
Tendremos tiempo, me dijo, para vaciar
las próstatas edematosas
de tantos pecados y tantísimas
falacias, de saciarnos de carne joven
y de los gusanos
de la miseria.
Dudé por un momento.
Yo no he matado a nadie, contesté, esta
tu maldición
no ha de ser la mía, yo quiero
algún día
ser sepultado
y llorado.
Mientes, Longino, me contestó, tu lanza
hiende el costado de Cristo
cada vez que abres la puta
boca.