HABITACIÓN 509
No soy buena haciendo camas
-dijiste-.
Los ojos entornados, el pelo revuelto
y las manos temblorosas queriendo
abarcar espacios imposibles.
La madrugada extendía sombras por el suelo;
cerramos la puerta y los números de la habitación
rodaron por el pasillo desmayados,
salpicando las paredes alargadas
color marfil, marrón o ni me acuerdo.
Antes, en el jardín y a escondidas,
el ritmo de canciones pasadas de moda,
atrapaba miradas furtivas,
las manos jugaban a encontrarse
y se estremecían los cuerpos.
No soy buena haciendo camas…
Rodó el deseo entre las mantas apremiantes,
urgencia de caricias y los besos
impregnaron la almohada de saliva insolente.
Mi cuerpo huele a ti, mis labios a tu sexo.
La mañana se estremece y salgo de puntillas.
Entro de nuevo en el ascensor donde te besé
por primera vez, casi con arrogancia,
y miro una vez más la puerta cerrada,
sabiéndote entre el desconcierto del amor,
sábanas rotas y gemidos desatados.
Tu mirada perdida en el techo, queriendo atrapar
el instante mismo de la entrega.
Miro la habitación 509, una última vez,
y ya sueño con tus ojos posados de nuevo
en mis pupilas.