VENTANA CON REFLEJO
La miran los mismos ojos de la mujer
que hace treinta y cinco años la miraban.
También ahora tiene un libro entre las manos
y un lápiz, con el que subraya “las ideas
esenciales” de un texto
de retórica.
El reflejo en la ventana
no tiene misericordia,
–ni ella la necesita–.
Lleva treinta y cinco años mirando
el tiempo,
cómo modifica la firmeza de sus rasgos,
de los brazos,
de su pecho.
Con dureza, porque el tiempo no precisa suavidades,
allí está observándola, preguntándole.
La respuesta está en el reflejo
del cristal de esa noche en la ventana.
El aire que la oxida
también ha reforzado sus defensas
y ahora puede volar con todas sus heridas.
Los mismos ojos miran el reflejo
de la misma mujer en la ventana.
El corazón es el mismo de los diecisiete, de los
veintisiete, de los treinta y siete,
cuando aún se atreve a navegar por la inocencia
a los treinta de los treinta años de su vida.
Pero cuando el grueso cable anuda
en el oxidado amarre
sesabe de memoria la rosa de los vientos.
Lo único preciso es que no haya disminuido
la pasión, ese incendio en el que arde
con todos los errores y aciertos de su vida.