CANTO XLVIII by VIcente Gallego
Translated by Mike Baynham
What is softer than dying?
For that, nobody should be bothered,
no-one goes or stays, everything shines on
in that final midday absence.
One after the other, what
soft sparrow steps we take
at the very edge
never making a false move.
All made of light, forgetful of her dead,
Mother Death opens her heart.
Among such ones, Juan
de Yepes was a man
to grasp these things
in the pure poverty of vision.
“What time is it?” He asked.
“Not quite midday,” they replied.
“Before it has struck twelve,
I will be singing matins
in the glory of my Lord my love.
The brothers still present wept.
Wanting to read prayers over him
and commend his soul to God,
they took up the breviary,
but he set them right.
“For the love of God leave it,
be quiet. Father, just read me
the Song of Songs.
The rest is not necessary.”
So he heard on the lips of a friend
that song of love which he
had augmented with his own song
and in his going forth it lingered
and lingering gave the moment calm.
Death passed over Juan
and as she passed, he said
“What pretty daisies! And then
the cloister opened to the mountains,
leaving death to shine on in the sun.
There being no necessity in his dying
how softly Juan de Yepes
saw in his death its flowers.
CANTO XLVIII IN SPANISH
¿Qué habrá más delicado que morir?
No se molesta a nadie para eso,
nadie se va o se queda, y todo brilla
al final por su ausencia meridiana.
Unos detrás de otros,
qué paso delicado de gorriones
dimos al borde mismo
de nunca habernos dado un mal alcance.
Toda luz, olvidada de sus muertos,
abre su corazón la madre muerte.
Estaba en esas Juan
de Yepes, un hombre
de saberse estas cosas en la pura
pobreza de la vista.
«¿Qué hora es?», preguntó.
«No son las doce aún», le respondieron.
«No llegarán a serlas y estaré
cantando ya maitines en la gloria
del Señor de mi amor».
Lo lloraban los frailes aún presente.
Tomaron el breviario,
le quisieron leer
la recomendación del alma.
Él los puso en lo cierto:
«Déjenlo, por amor
de Dios y aquiétense. Dígame, padre,
de los Cantares sólo,
que eso no es menester».
Oía de la boca de un amigo
aquel cantar de amores que él hiciese
crecerse con el suyo, y ya iba queda,
quedándose la hora sosegada.
Pasó por Juan la muerte;
dijo él a su paso: «¡Qué preciosas
margaritas!», y allí
se abrió el claustro a los montes,
quedó la muerte lúcida de sol.
No habiendo menester en su morir,
qué delicadamente vio
en su muerte sus flores Juan de Yepes.